San Fratello es una ciudad histórica que ofrece un paisaje rico en belleza natural y está magníficamente ubicada en las colinas Nebrodi de Messina. Fue fundada en el siglo XII tras las invasiones normandas que asentaron una población procedente del norte de Italia y del sur de Francia. Los habitantes conservan celosamente sus tradiciones y su dialecto galo-itálico en el que se mezclan elementos del francés, piamontés, ligur, lombardo, emiliano y el dialecto local del siglo XIII.
Cada año, durante la Semana Santa, tiene lugar en este pequeño pueblo una famosa celebración religiosa conocida como la "Festa dei Giudei". Considerada la fiesta más antigua del teatro sacro popular, es vivida intensamente por los sanfratelanos que, grandes y pequeños, visten, para la ocasión, preciosos y llamativos trajes transmitidos de generación en generación.
Una celebración que trastorna irreverentemente los esquemas rituales tradicionales de exhibición de dolor por la pasión y muerte de Jesucristo, tanto que no fue comprendida por el folclorista Giuseppe Pitrè quien, con desdén, la definió como "un motín infernal, un loco costumbre, una mascarada fuera de tiempo, una verdadera profanación”.
Olvidando o ignorando que una máscara no necesariamente hace carnaval y que la misma también puede estar presente en aquellos ritos cuyo fin es la derrota del mal y la purificación tanto del hombre como de la naturaleza.
La fiesta de los judíos no es sólo ruido, jolgorio alegre como, trivialmente, se hace pensar, sino que es una forma de recordar el doloroso camino que Jesucristo se vio obligado a recorrer para ser crucificado y asesinado.
El judío de San Fratello es el crucificador, el que menospreció al hijo de Dios y clavó la lanza en el costado de Jesucristo. No se trata pues de un personaje folclórico, ni mucho menos de una máscara de carnaval, si acaso es la expresión de la devoción religiosa de los sanfratellani. El judío es un perturbador, hace mucho ruido y, al mismo tiempo, respeta un absoluto silencio personal.
La fiesta comienza en la madrugada del Miércoles Santo y termina en la tarde del Viernes Santo. Tres días de profunda implicación emocional, durante los cuales lo sagrado y lo profano se mezclan y mezclan como en ningún otro lugar de Sicilia.
Una tradición de los miércoles quiere que cada prometida envíe un cordero de pasta de almendras a la casa de su esposo; a los pocos días lo devuelve para comerlo juntos en el almuerzo de Pascua.
Las antiguas calles cobran vida con la numerosa presencia de estas enigmáticas e irreverentes figuras que aturden con sus saltos, con sus ensayos de acrobacias, con los ruidos amenazadores de sus cadenas y con los torpes toques de sus trompetas. Todo el pueblo, por tanto, se convierte en protagonista y escenario de una evocadora representación teatral.
Y lo que lo hace único son precisamente estos extras, una especie de diablos alegres y ruidosos, ataviados con un pintoresco traje, amarillo y rojo, que quisiera recordar, vagamente, al de los soldados romanos, en la cabeza llevan una inquietante capucha y en sus rostros una máscara. En sus manos una trompeta militar y la "disciplina", un estruendoso manojo de cadenas que una historia relaciona con el flagelo de metal que los legionarios romanos, arrepentidos por haber matado a Jesús, usaron para castigarse pero es más probable pensar que es una elegante variación de las cadenas con las que los penitentes medievales solían flagelarse.
Al final de la procesión del Viernes Santo, el judío se arrepiente y, con el rostro descubierto, besa a Jesús y luego desaparece por completo de la circulación.
Una vez más cae el telón sobre una fiesta que no deja de despertar curiosidad, interés y, en ocasiones, incluso polémica.